Los peligros del arte

A propósito de que alguien comentaba las bondades del arte y de lo bueno que era ir a galerías y museos recomendando “visitar todas las exposiciones posibles”, haciendo ademas un llamado a “democratizar” y “visibilizar” el arte a mas gente; pensé en escribir un texto que hablara sobre “los peligros del arte” ya que estos discursos buenistas tan propios de nuestra modernidad son falaces y demuestran gran ignorancia sobre que cosa es el arte, y cual ha sido y es, su sentido de ser.

Es evidente que no solo el arte sino la vida misma ha ido vaciándose o degradándose su contenido en una profusión de banalidades que aspiran a mantener al hombre “disfrutando”, “entretenido” y siempre distraído de lo esencial del mundo y de sí mismo.

En este sentido se puede decir que en todos sus aspectos la modernidad-democrática encierra grandes peligros para el ser humano. Y si bien vivir siempre ha sido peligroso, sucede que ahora el enemigo ha sofisticado sus estratagemas hasta hacerlas invisibles, pero no solo porque se escondan, sino por una explosiva liberación, y con esto, la real o virtual realización de todas las posibilidades, provocada por una súper proliferación y fractalización de productos, imágenes, sonidos y signos de una cultura de hiper-saturación que finalmente termina embotando los sentidos físicos y cognitivos. De esta manera para comprender realmente “los peligros del arte”, debemos comprende también el espíritu (zeitgeist) que anima nuestro tiempo, pues el arte moderno es solo una de las cabezas de la hidra que proyecta sombras, seducciones y engaños sobre la humanidad.

Digamos que modernidad es sinónimo de humanismo, y con esto un rechazo general a la metafísica y al sentido trascendente y teleológico de la vida humana; la esfera celeste, lo divino, la nostalgia de un origen espiritual son olvidados y sustituidos por una preocupación material. Se da la paradoja de ser una sociedad individualista, pero al mismo tiempo colectivista. La democracia irrumpe como el gran sino del progreso, cuando desde la antigüedad se sabe ser de las peores formas políticas, conducente al gobierno de los mediocres y con ello y por último; a la tiranía, y ahora, a una que aspira a ser mundial, y que ya deja ver sus tentáculos por todos lados.

Basta dar un vistazo a cualquiera de las grandes urbes para constatar cuánto de humanidad hemos perdido en nuestra anodina carrera al progreso. Y es en la arquitectura donde primero constatamos una degradación del arte, donde la sola funcionalidad se vuelve protagonista, ya no se siente aquella búsqueda de la belleza, sino del simple pragmatismo. Es una arquitectura sin alma para hombre vacíos o dormidos, ya incapaces de sentir como este arte arquitectónico atenta contra su naturaleza espiritual, pues ya no hay nada en esas moles de frió metal y vidrio que le recuerden una dimensión superior y trascendente, no son espacios para acoger al alma y al espíritu, sino para la expedita circulación del ciudadano sin rostro.

He aquí la importancia del arte y el peligro que se presenta cuando exento de una tradición estética y de una cultura viva se convierte en mera expresión de funcionalidad, de gustos o caprichos de la personalidad, o peor aun, que se ponga al servicio de ideologías liberales-progresistas que han ido horadando los ya debilitados cimientos de la cultura cristiano occidental. Como dice Spengler; cada época y cultura tiene su propio arte y su propio estilo, pero en esta época deconstruida y “líquida”, del pensamiento débil, se da un extraño fenómeno que no se había dado jamas en la historia; que es la coexistencia de múltiples estilos artísticos, donde conviven sin problema el hiperrealismo y la abstracción, la música clásica y el rock, el ballet y la danza moderna, y así en cualquier ámbito todos los estilos conviven en una total indiferencia, lo que es en verdad propio de una cultura fragmentada, sin cohesión, fenómeno nuevo, anómalo y esquizóide, propio de un liberalismo protestante, que llamando a una libre interpretación de las escrituras abrió las puertas a un relativismo en todo ámbito. Sin duda que la libertad es un bien deseado, pero considero que si hay algo que caracteriza nuestro tiempo es, digamos un exceso de libertad, una liberación de toda la interioridad sagrada del ser humano hacia una exterioridad profana. Todo esto, que se ha dado gradualmente, ha ido abriendo nuevos rumbos en la aventura humana hacia un individualismo relativista, aquí lógicamente han jugado un papel fundamental las corrientes filosóficas modernas, que destronaron a Dios para poner en su lugar al hombre y la razón humana, para luego poner en su lugar a la naturaleza y con ello el surgimiento del romanticismo alemán a fines del siglo XVIII, con su llamado a la exaltación del yo, de los sentimientos y la búsqueda de la libertad. Así se fueron rompiendo los vínculos de las tradiciones y se fue perdiendo la jerarquía que otorgaba orden y cohesión a la sociedad. El ser humano se encontró cada vez más desvinculado de principios éticos y estéticos, y se encaminaba a una emancipación aun mayor. Con la llegada del siglo XX, las radicales posturas rupturistas de las vanguardias históricas vendrían a revolucionar y transformar definitivamente el mundo del arte. Hasta llegar al punto actual donde muchas veces se hace imposible un juicio estético, y como dice Baudrillard solo nos queda hacer un juicio antropológico, pues ya todos los criterios estéticos han sido abolidos dejando como residuo la falacia de que todo “puede ser arte”, donde no quedamas que una acción totalmente subjetiva e insignificante en si misma, que solo existe y se sustenta en los complacientes brazos del sistema de curadores, museos y bienales internacionales, ademas de grandes galerías que se han postrado sumisas a esta transgresión final, que podríamos llamar; el fin de la razón, la muerte del logos, o la muerte del hombre, encaminándose tal vez a una era post-humana gobernada por una “inteligencia artificial”.

En consecuencia vivimos una época en que predomina la horizontalidad en todas sus formas; ya no está el orden vertical jerárquico que sitúa a cada cual y a cada cosa en su grado y en su mérito, en una escala ascendente y trascendente hasta llegar al sumo bien y a la suma perfección de Dios.

Emancipado entonces el hombre se disipa y se diluye en el tiempo, en un orden profano, donde todo ha sido liberado a la ambigüedad y el subjetivismo, donde el arte perdió su valor simbólico para convertirse en expresión de gustos personales esteticistas o efectistas, y esto cuando no está al servicio de ideologías revolucionarias que no escatiman esfuerzos para abolir no solo lo bueno, lo bello y lo verdadero, sino todas las categorías mismas del pensamiento. ¿Quien es capaz hoy en día de pensar realmente fuera de la programación general?

El escritor italiano Guillo Dorfles escribe como los arquetipos del pensamiento simbólico hoy se nos presentan degradados, privados de toda carga mítica y metafórica: “Muchos de los símbolos antiguos llenos de profundo significado están ahora en desuso o se han convertido en signos pornográficos. Hay en definitiva una inversión total en estas formas simbólicas, donde ya no son repositorias de lo sagrado sino simplemente fetiches; definiéndose fetiche como el elemento que está en lugar de un verdadero símbolo, un elemento ficticio por definición”.

Así es como veo proliferar muy diversas ficciones pseudo-artísticas que han ido ganando terreno, y aunque por supuesto no abarcan todo el espectro de las manifestaciones estéticas, son sin duda directrices y tendencias que se imponen desde diversos puntos del poder político-cultural. Estas ficciones se manifiestan en todo el universo del arte contemporáneo, todo tipo de soportes y medios son útiles a la transgresión, pero especialmente propicios son los medios estrictamente modernos como: la “instalación”, la “performance”, el “video-arte”, y en general todo lo que cae dentro del término “arte conceptual”, donde la obra misma es irrelevante y la propuesta en si es trasladada al concepto o idea, es decir la obra pasa del objeto al sujeto y con esto de lo objetivo a lo subjetivo. Así el arte moderno ha llegado a instalarse en una filosofía relativista e inmanente, donde priman las percepciones subjetivas, aboliéndose los principios y criterios de un arte simbólico-trascendente, para ser sustituidos por ficciones o fetiches que ya no aspiran a lo virtuoso, a un ideal superior, sino a algún tipo de transgresión, al pathos interior que libremente proyectado ha ido ocupando el lugar del arte; verdaderas ficciones que como un impostor van apropiándose de un ámbito que no le pertenece. Estas conquistas ideológicas revolucionarias han ido subvirtiendo todas las categorías del fenómeno estético y del pensamiento, a tal punto que han logrado una especie de hechizo, suspensión o pérdida del juicio, porque la transgresión es tan profunda y también siniestra que al espectador sensible deja exánime, otra parte queda indiferente, mientras que algunos desprevenidos se deleitan con la “novedad”.

Esto es una nueva babel, donde igual que entonces el hombre emancipado pretende crear un mundo basado en sus mas disparatados deseos y ambiciones, y en su infinita soberbia cree ser libre cuando en realidad es mas esclavo que nunca. Si bien este nuevo tipo humano y el anti-arte nacido de él es resultado de tendencias que vienen de instancias de poder, tienden a imponerse y a extenderse en todos los ámbitos, por la sencilla razón de que son financiados y promovidos como grandes conquistas del progreso humano. Básicamente responden a las mismas consignas de la revolución francesa; libertad, igualdad, fraternidad, solo que esta última ahora es llamada tolerancia. Estas ideas se han llevado a sus últimas consecuencias; el hombre ha llegado a ser tan libre que ya no distingue ni bien ni mal, todo le está permitido, como no tiene nada de qué liberarse, se vuelve esclavo de sus propios deseos. Es tan igual que se ha vuelto masa, y es tan tolerante que se ha hecho pusilánime y genuflexo, se ha debilitado la virilidad del hombre y la feminidad de la mujer. Hasta el punto que hoy es admirado el hombre afeminado y la mujer masculina como símbolo de alta civilización y progreso, mientras que a mí me parecen signos del agotamiento final de una cultura y de una época.

Por lo tanto no es de extrañarse que el pseudo-arte de este tipo humano post moderno, convertido en masa, pusilánime y esclavo de sus deseos, sea en tantos casos, banal e insustancial, cuando no, el simple eco de espúrias ideologías imperantes o expresión de un narcisismo patológico. Podemos así comenzar a vislumbrar cuál es el peligro de este pseudo-arte que pretende inundar la tierra y con ello degradar la vida humana hacia un insondable abismo, hacia una infrahumanidad, una era post-humana. Hay que decir que este programa de subversión ideológica ya se ha cumplido casi totalmente, prueba de ello es que muy pocos son los que actualmente denuncian los fatuos derroteros que ha tomado este anti-arte subvencionado por fondos estatales y promovidos por un sistema de museos y galerías afines.


Felipe Oyarzún, abril de 2025.