En esta tierra siempre acontece algo que interrumpe, que se lleva la paz deseada; porque si no es una mosca, es un zancudo, si no es el lerdo y repetido ladrido de un perro, son los infames gorriones con su infernal bullicio, o las estridentes alarmas, rugidos o pitos de alguna máquina, o sinó será la “música” del vecino. Sin duda la apoteosis de las molestias, siempre viene del animal humano, en especial desde la proliferación de aparatos tecnológicos. Antiguamente un tonto poco podía molestar, pero hoy día cada cual bien puede amplificar su mal gusto, su vulgaridad y estupidez, en especial con eso que llaman “música”; diabólicas inarmonías que operan como armas de destrucción masiva y que hoy inundan toda la tierra.
También la habladuría del hombre terrestre es gran molestia, pues habla mucho y dice poco y causan mucho daño tantas sandeces y frivolidades que circulan caóticas y sin descanso, en todas direcciones.
Además están las molestias del Estado, que ahogan a los ciudadanos con leyes e impuestos, con interminables burocracias y protocolos, destinados siempre a obstruir y a impedir que el espíritu produzca su flor, y de su preciado fruto. En el mundo moderno las molestias se han multiplicado, en gran medida por la rápida multiplicación del hombre, pero sobre todo por su pobreza de espíritu y su siempre creciente mediocridad y banalidad. El mundo no cesa en su afán de actualizarlo todo, pero esto solo trae nuevas molestias, nuevos ruidos y más procedimientos y más protocolos.
Y así el hombre vive en un sistema que sin descanso lo esclaviza bajo el imperio de necesidades y requerimientos artificiales; imperio que suelen llamar progreso y democracia, pero esta cacareada y adulada democracia liberal, que todos imaginan como una hermosa doncella; es en realidad una vieja fea, mal oliente y estafadora. Un “caballo de Troya” para arruinar a los pueblos con el veneno de la “igualdad”, con la ilusión de la “libertad”, y con la falaz hipocresía de la “tolerancia”. Las promesas de la democracia solo han traído ruina y una promoción de lo mediocre en todos los ámbitos, lo que en último término nos ha regalado la gran molestia de tener un gobierno de subnormales y una sociedad colectivizada en enjambres humanos que corren tras una felicidad ilusoria.
Está claro que las molestias del mundo son interminables, pero, ¿y qué hay de las propias molestias del ser humano, las que se devienen de su misma existencia? ¿Cuánto no corremos tras la satisfacción de los propios deseos y necesidades? ¿Sabe acaso el hombre terrestre, qué es, y, dónde está? ¿Se da cuenta que vive en un gran escenario dispuesto para exprimirle hasta la última gota de vida, y para impedir a toda costa que se manifieste su espléndida esencia espiritual?
Y para qué hablar de las molestias de la vejez, que aunque llegen a ser grandes, al menos anuncian el fin de toda molestia con la dulce muerte y el retorno a la patria del espíritu, nuestro amado hogar y origen.